El ser humano, en estado de vigilia, necesita de la luz y de los colores. Todo un código de señales explícitas e implícitas se desarrolla en torno a lo que vemos, a lo que percibimos. Y es en la ciudad, invento social por excelencia, donde como especie nos rebelamos contra ese axioma que nos habla de que la noche es igual a la oscuridad, a lo monocromo.
Un paseo por el anochecer zaragozano, en un frío mes de febrero. Una pequeña cámara en el bolsillo, y podemos encontrar algunas pruebas de lo que digo.

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