Siempre me ha llamado la atención cómo de vez en cuando noticias de índole científico saltan a los medios generales y nos bombardean insisténtemente todos los días.
Son frecuentes las innovaciones más o menos sensacionalistas que aparecen periódicamente en el terreno de la biología y que teóricamente van a revolucionar el campo de los cuidados de la salud, acabando de una vez por todas con todo tipo de temibles enfermedades. Descubrimientos en genética, bioquímica, bioingeniería... que si ahora clonamos esto, que si ahora bombardemos con nanopartículas aquellos, que si ahora sintetizamos lo de más allá. Muchos de estudios corresponden a investigación primaria y sus aplicaciones prácticas, si son viables, tardarán años en producir algún beneficio. Mientras tanto, se generan vanas esperanzas entre los enfermos que ahora tienen el problema, desviando su atención de otros medios de contener su problema o mejorar su situación. Pero se trata de la salud, y es normal que nos llame la atención.
También son frecuentes noticias científicas que implican alardes tecnológicos. Así, los programas de investigación en el espacio, considerado como la última frontera por atravesar y conquistar, nos atraen necesariamente la atención. La conquista de los planetas, la colonización espacial, la expansión universal del ser humano, todos ellos son temas que han convivido con nosotros en el imaginario colectivo, mantenidas por la literatura o el cine de ciencia ficción. Da igual que la magnitud de las dimensiones físicas de la cuestión sea tan monstruosa que, en realidad, cualquier análisis racional muestra hasta que punto estamos no ya en pañales, sino casi por nacer a este ámbito de la exploración humana.
Pero de vez en cuando aparecen noticias que particularmente me sorprenden por el impacto mediático que consiguen. Que el descubrimiento y la descripción de un fósil de la estirpe humana reciente interesen es normal. Se refiere a nosotros mismos. Que durante tres días, y a propósito de un artículo publicado en la prestigiosa revista científica británica Nature, sea un fósil de un ser a medio camino entre un pez y una salamandra gigante,... esto ya me resulta más sorprendente. En estos días, Tiktaalik roseae, un sarcopterigio, una forma de transición entre los peces y los primeros tetrápodos, encontrado en una remota isla del gran norte canadiense, se ha convertido en la vedete de la ciencia. Ha sido proclamado como un pariente humano encontrado de repente, y que vivió hace "sólo" 370 millones de años, hallá por el devónico... Cualquiera que conozca la naturaleza cladística de la evolución biológica será consciente hasta que punto es arriesgado afirmar que este bichillo es nuestro antepasado. La mayor parte de las especies desembocan en ramas evolutivas que acaban en... nada, en la extinción. Por otra parte, a estas alturas han sido numerosos los descubrimientos fósiles sobre la transición entre la vida marina y la vida terréstre de los vertebrados.
Entendámos, no estoy poniendo en cuestión la importancia científica del descubrimiento, que con toda seguridad la tiene. Lo que me llama la atención es el hecho de que súbitamente se convierta en un bombazo mediático y que la naturaleza de los comentarios sobre el mismo puedan ser realmente engañosos. Aun en un tema aparentemente inocuo como el que nos ocupa.
En fin. Misterios del periodismo científico. A mí, más allá del chismorreo, el tema me ha mantenido muy entretenido porque el tema de la evolución me interesa. Pero bueno... también me interesan otras cosas... ¿por qué no el arte?
sábado, abril 08, 2006
Cuando las aletas se volvieron patas
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