Tradicionalmente he sido de los que han proclamado que le gustan las películas de Tarantino. Y he ido a ver religiosamente todos sus largometrajes. Aun constatando que progresivamente han ido perdiendo en calidad cinematográfica. Creo que Reservoir Dogs, su primer filme, está muy por encima de la segunda parte de Kill Bill.
Aora está en cartelera su última película. Teóricamente es Death Proof. Pero el problema es que no es esta su última película. Su última película es Grindhouse, una película con dos episodios, que remeda los antiguos programas dobles de las películas de serie B o serie Z, uno de los cuales es el mencionado Death Proof dirigido por el amigo Quentin. Pero por alguna decisión tomada a un nivel que desconozco, fuera de los EE.UU. la película se ha desdoblado en dos, una por cada uno de los dos episodios. Y sospecho que este es un movimiento motivado por la avaricia. Por el deseo de duplicar los ingresos. Ya sabéis. A pasar dos veces por taquilla. Y esto me parece una tomadura de pelo.
Así que no pienso ir al cine a ver la película. Ya me la bajaré de internet en cumplida venganza. Y luego se quejan de que se piratea. ¿Dejarán alguna vez de tomarle el pelo al consumidor?
Para acompañar una entrada sobre Tarantino, que mejor que un poco de sordidez. Como la aportada por este alegre preservativo encarnado, abandonado en el Cabezo Cortado de Zaragoza. Algún día tendré que reflexionar sobre el hecho de que en pleno tardofranquismo, los curas del colegio me contaron el cuento de Caperucita Encarnada. Menos mal que en casa me contaron el de Caperucita Roja. Mira que eran gilipollas, ¿verdad? Tanto los curas como los fascistas.
domingo, septiembre 16, 2007
Por qué no voy a ir a ver la última de Tarantino... y una disgresión sobre Caperucita Roja
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