Como comentaba ayer, en Milán hay tranvías. A montones. Muchos de ellos pequeños, antiguos, pintados de un vistoso amarillo, ruidosos y con unas tranviarias muy simpáticas que van saludando a todo el mundo. Qué estupendo. Que bien ha ido todo. Y aun queda el rato golfo... Tengo que darme prisa que me esperan.
Pero por la mañana, el tema no prometía nada bueno. Se ha pegado toda la noche lloviendo, y a la hora de empeza a hacer turismo no llovía, sino que diluviaba. Y con una cerrazón tremenda. Pintaban bastos.
Así que hemos empezado por lo más lógico, o cobarde, o inteligente, según se mire. Por las Galerías Vittorio Emmanuelle. Que para eso están a cubierto. Todo llenito de comercios superhipermegapijos, y con las españolitas mirando los escaparates con deseo. Claro que también hay un McDonald's. ¿A quién se le habrá ocurrido semejante falta de clase y de consideración? Maldito dinero que todo lo puede...
Mientras paseabamos por las galerías, se han debido de acordar de que yo estaba en la ciudad, y que por lo tanto tocaba buen tiempo. Y así en cuestión de minutos, hemos pasado del diluvio a un agradable día de nubes y claros. Así que nos hemos ido al Duomo. Una maravilla, oiga. Nos ha sorprendido lo piadosos que son los turistas de por aquí. Cantidad de gente colocando un eurillo en la hucha del sacristán y encendiendo su velica al santo de turno. Que por cierto por aquí veneran a un San "yo". Es la primera vez que me encuentro con esto.
Y el caso es que, cuando nos hemos dado la vuelta por el exterior del Duomo para buscar la subida a las terrazas, nos hemos fijado que la decoración era digna de una feria de sado-maso. Muchas de las esculturas del exterior del ábside correspondían a mártires diversos en pleno martirio. Fíjense, fíjense, en el tipo al que se le salen las tripas.
Para mártires los turistas que suben a las terrazas. Si vas por la escalera son 4 euros; por el ascensor, 6 euros. Y el tema es que la mayoría subía por las escaleras,... como si dados los precios del lugar eso les sirviese para algo... Claro así andaban luego de destrozados, que se tumbaban en cualquier lugar de las sacras terrazas del Duomo. Mucho más dignas las mocicas orientales, que se sentaban modositamente habriendo sus paraguas para protegerse del sol.
El paseo ha sido amplio y narrarlo todo podría ser cansado. Especialmente para mí. Además me llaman. Nos vamos a golfear un rato. Aunque no sé. Porque al final de la tarde ha vuelto a caer otro diluvio, que no se podía ni estar en los primeros quince metros a cubierto de las famosas galerías, por el agua que entraba. Venga, que se me van. Hasta mañana.
viernes, septiembre 15, 2006
En Milán, chico, hay de todo; tranvías, catedrales, buen tiempo, mal tiempo,...
Publicado por Carlos Carreter a las 22:39
Etiquetas: Italia, Milán 2006, viajes
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