Cuando salgo de viaje por el mundo, en mis vacaciones, no faltan las ocasiones en las que nos asomamos a los cementerios por cuyas cercanías pasamos. En buena parte de las ciudades del norte de Europa, los cementerios son lugares verdes, arbolados, situados en parques o en los alrededores de las iglesias. Y no faltan las ocasiones fotográficas en dichos entornos.
En España, los cementerios son distintos. Más apiñados, menos verdes, menos parques. Además, en los últimos tiempos en las grandes y no tan grandes ciudades se han puesto de moda los nichos, en los cuales se apilan de forma funcional pero altamente anti-estética los ataudes de los fallecidos.
No obstante, ayer por la tarde decidí dar una oportunidad al cementerio de Zaragoza. Aprovechando que la niebla levantó al mediodía, tome la cámara por la tarde, para aprovechar la última hora de sol antes del ocaso. Me centré en la área donde se enterraba en tierra, en el entorno de las grandes tumbas familiares. Pero también me introduje entre las tumbas más pequeñas y modestas.
Sin embargo, lo que más me impresiona siempre es ver la cantidad de tumbas en tierra dedicadas a los niños. Edades del estilo de 9 años, 30 meses, 27 días o algunas horas son relativamente frecuentes. Y a pesar de que las fechas de fallecimiento datan de algunas décadas, son las que con más frecuencia encuentras ornadas con flores relativamente recientes. Eran otros tiempos, en las décadas de los 50 y los 60, donde además de babyboom, también había una considerable mortalidad infantil, de la que hoy en día afortunadamente nos hemos liberado.
En resumen, una interesante experiencia. Fotográfica y sociológica.
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