Ya he comentado en alguna ocasión en estos artículos, que estoy de acuerdo con quienes opinan que las series de televisión han suplantado al cine en pantalla grande en lo que se refiere a su capacidad de mostrar bellas historias, ofrecernos grandes personajes y emocionarnos mediante las imágenes en movimiento. El cine de hoy en día se despreocupa en gran medida de las historias y de los personajes, ofrece guiones malos, confiando que el pim pam pum de los efectos especiales o el asombro que causa el diseño y la animación asistidas por ordenador son suficiente aliciente para llenar las salas y acabar con los excedentes de maíz para palomitas.
Pero para algunos lo importante del cine es otra cosa. Y eso, empezamos a observarlo con más frecuencia en la cada vez menos pequeña pantalla del salón de casa, que los hiperrefrigerados o hipercalefactados cinematógrafos. Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil. Recuerdo a lo largo de mi vida un monto de seriales con historias básicas y simplonas, personajes planos, moralina sin ton ni son, y producciones cutre-salchicheras. Parece que fue el principio de la década de los noventa el momento en el que algo comenzó a cambiar, para bien, en la televisión. En general, me refiero a las teleseries norteamericanas... muchas veces tengo la sensación que en lo que se refiere a los productos patrios hemos recorrido el camino inverso.
Recientemente, como consencuencia de un favor que realicé a unos conocidos, y tras una conversación sobre el tema, me encontré con que demostraron su agradecimiento obsequiándome con las dos primeras temporadas en DVD de Northern Exposure, que en nuestro país se conoció como Doctor en Alaska. Sin duda alguna, esta fue una de las pioneras en ofrecer un producto inteligente, bien hecho y bien contado. Una de mis series favoritas.
Bastante maltratada en sus horas de emisión por TVE, que la relegó a su segunda cadena y a las horas tardías de la noche, nos narraba las improbables aventuras del Doctor Joel Fleichmann, joven médico judío neoyorquino, verdadero alter ego de Woody Allen por su neurosis y su orien, en un imaginario y perdido pueblo de Alaska llamado Cicely. Sus personajes eran entrañables, a la par que surrealistas. Sus historias son comedia, teñida de drama, e inevitablemente de humor negro, pero que te dejaba el alma blanca.
Y luego... luego... estaba ella. Maggie O'Connell. Verdadera calamidad para los hombres que osaban compartir su vida, con ese pelo negro y esos ojos verdes, lo que no hubiera dado yo por poder arriesgar mi vida a su lado. Ay.
En fin. Si no podéis disponer como yo de los DVDs, en la TNT están emitiendo episodios. Y si no, a buscar por la red de redes. Pero no os la perdáis.
martes, agosto 21, 2007
Una peculiar medicina en el Gran Norte
Publicado por Carlos Carreter a las 17:46
Etiquetas: televisión
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