Ayer fui a mi comercio especializado habitual a recoger unas de fotografías de mi última escapada de fin de semana por la provincia de Teruel. En el momento de recoger las copias, en un vistoso aunque manejable tamaño de 20 x 30 cms, procedí a examinar el trabajo del laboratorio antes de abonar el servicio. Uno de los clientes que esperaban pacientemente su turno, observando sin disimulo las imágenes, se dirigió hacia mi y dijo el "tradicional":
"¡Qué bonitas fotos "hace" tu cámara! ¿Verdad? Será una cámara muy buena."
Diablos. Ya estamos. Yo normalmente soy un fotógrafo aficionado modesto. Siempre proclamo que me falta mucho por aprender. Que debería fotografíar más. Que debería esforzame en elegir mis motivos. En variar mis composiciones. En explorar nuevos caminos. Vamos... que me falta mucho. Pero bueno... ¡de ahí a admitir que el mérito de las imágenes es de un aparato!
Las cámaras fotográficas, por buenas o sofisticadas que sean, son un trasto si quien las utiliza no sabe qué está haciendo. Es una herramienta. Carece de inteligencia. Quien ha de ver, quien ha de saber mirar, es la persona. Igual que un procesador de textos, por moderno que sea, no es capaz de escribir una obra literaria. Ha de haber una persona, con mayor o menor creatividad, que escriba un texto. Y el mérito, la belleza, el contenido, el fondo del mismo, será del escritor. Nadie dirá: "¡Qué bien escrito está! ¡Debes tener un "Guord" estupendo!".
Yo contesté:
"Pues no, señor. La cámara es normalita. Lo que pasa es que el fotógrafo es bueno."
El respondió:
"Claro, claro."
Y sonrió. Lo que me produjo una vergüenza notable. Llevado por el "pecado" de la inmodestia, me había mostrado orgulloso. Y en realidad, como fotógrafo, soy un fotógrafo aficionado modesto. Siempre proclamo que me falta mucho por aprender. Que debería fotografíar más.
En la imagen, una calle de Daroca, última población importante por su tamaño de la provincia de Zaragoza antes de entrar en la provincia de Teruel.
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