Hoy me siento absolutamente patológico. Mañana tengo que hacer una breve presentación sobre las pandemias de la gripe. Está de moda esto. El domingo pasado, el suplemento dominical del Heraldo de Aragón ofrecía un artículo sobre el tema. Nada sensacionalista claro. Todo muy mesurado... Entre el texto aparecían destacadas y con un tipo de letra enorme y de llamativos colores cosas como...
...el 25 por ciento de la población enfermará y un millón de españoles fallecerá. Ese es el cálculo más pesimista.
Y en realidad, ni siquiera nadie puede asegurar cuándo puede venir la próxima pandemia de gripe... ni si tendrá que ver con la actual epizootia de gripe aviar... pero claro,... entonces no se venden periódicos.
De todas formas una cosa es cierta. Tarde o temprano volveremos a sufrir una pandemia de gripe. De la que no podemos prever ni su extensión ni su gravedad.
Mientras tal cosa ocurre, heme aquí con una infección viral de vías respiratorias altas. Lo que vulgarmente se llama un resfriado. Un catarro. Que en mi caso se suele acompañar de enormes cefaleas (por su intensidad; no por el tamaño de mi cabeza, también respetable).
Así que toda la tarde en casa. Entre las pandemias de gripe, terribles pero hipotéticas, y mi catarro, banal pero tristemente real. Por lo menos me consuelo con la televisión. Sí, sí. No estoy delirando por alguna misteriosa y extraña fiebre. Con la televisión. Es que en un canal de pago echan Manhattan. Y desde que vi el domingo Match Point, esta semana estoy francamente favorable a Woody Allen. Bueno. Y aunque no hubiera visto Match Point. Siempre me ha gustado mucho Manhattan.
Esto no es Manhattan. Ni el Londres de Match Point. Es Barcelona. El puerto. Y también está muy bien; qué queréis que os diga.
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