Vengo de hacer compras por Zaragoza. Ya al final de la tarde, me encuentro con una amiga relacionada con el trabajo. En El Corte Inglés. Los dos a lo mismo. Compras socorridas. Charramos un rato. Buen rollo. En ese momento, ella para la conversación. Una llamada al móvil. Conversa. Observa que tenía dos llamadas perdidas. No las ha/hemos oído. Hay mucho ruido. En el ambiente, por todas partes; hace unos comentarios al respecto. Seguimos nuestra conversación, nos despedimos cordialmente, y...
Desde ese momento no puedo evitarlo. En la calle. En el autobús camino de casa. En la televisión. En la radio. Todo el mundo va pasado de decibelios. La gente, cuando conversa, alza la voz. No puedes evitar oir (quien sabe si escuchar) los diálogos ajenos. No digamos ya si dos adolescentes se encuentran. Los dos con sus auriculares, especialmente aptos y eficientes para difundir su música a los demás. No se los quitan, se saludan y se hablan a gritos. Más ruido. Ambulancias. Según por donde vayas, con frecuencia. Más ruido. Pones la televisión; ves un rato una película. Corte publicitario. Sube el volumén de la emisión. Más ruido.
Decía San Juan de la Cruz, "Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido..." ¡A ver si va a tener razón el santito!
La imagen de hoy, recién tomada esta Semana Santa, unos atentos progenitores "acostumbran" a este simpático niño al estruendo de los tambores de las Siete Palabras en la Calle Alfonso de Zaragoza. A mi de niño, los capirotes me daban miedo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario